jueves, 4 de febrero de 2010

CAPERUCITA Y EL LOBO

El bosque era mi casa. Yo vivía feliz en él, cuidaba de las plantas, de mantenerlo todo limpio y ordenado, y de procurar por el bienestar de los animales, que eran mis amigos y con quien me gustaba conversar de todas las cosas bonitas que hay en la naturaleza.

Un día soleado, cuando estaba recogiendo unas basuras olvidadas por unos excursionistas, oí unos gritos y mucho alboroto. Rápidamente me escondí, pues no tenía claro quién podía estar haciendo todo ese ruido. Con precaución, fui a ver escondido tras unos matorrales y vi una niña vestida de una manera muy extraña, toda de rojo y con una capucha en la cabeza, que de una manera alegre y despreocupada destrozaba flores, pisaba la hierba y tiraba al suelo los papeles de los caramelos que tragaba casi sin masticar.

Para continuar

Después de un rato, salí y le fui a preguntar quién era y dónde iba, ya que no la había visto nunca por el bosque y siempre es agradable hacer nuevas amistades. Me contestó que iba a llevar una cesta con miel a su abuela y que no tenía tiempo para pararse a hablar conmigo. Todo eso me lo dijo sin dejar de tirar papelitos al suelo. Era una niña bonita, pero un poco irresponsable por lo que respecta a cómo se debe tratar el bosque y a sus habitantes. Por cierto yo conocía a su abuela. Era una viejecita muy simpática, que vivía en un claro del bosque y eso me hizo pensar en que debía ir a visitarla, para explicarle el poco respeto que demostraba su nieta por nuestro querido bosque. Como fui directo a su casa, llegué el primero, ¡vete a saber que debía estar haciendo esa niña!

La abuela al enterarse del comportamiento de su nieta, no se lo pensó dos veces, y decidió irse, en ese mismo instante, a casa de su hija a explicarle todo lo que pasaba. Me pidió que esperara a la niña y que le dijera que dejara la cesta con miel allí, que ella volvería pronto.

Pero como el día era frío y la abuela aún no había encendido aún la chimenea, me puse su ropa y me metí dentro de su cama. Pasado un buen rato, oí unos fuertes golpes en la puerta y suponiendo que era la niña, la invité a entrar. La niña, sin decir ni Buenos Días, entró y sólo verme me dijo no se qué, muy desagradable, sobre mis orejas. Como ya me han insultado en otras ocasiones, no le hice ni caso, y le dije que eran de esa manera para escucharla mejor. No, si la niña me gustaba, pero volvió a hacer otra observación desagradable e insultante en relación con mis ojos saltones. Comprenderéis que me empezara a sentir incómodo, y a pensar que esa niña era bastante antipática, pero como no quería enfadarme, seguí la broma y le dije que eran de esa manera para poderla ver mejor. Pero la niña no tenía suficiente, le gustaba meterse con los demás, y tocó precisamente mi punto débil: los dientes. Siempre he tenido problemas con mis dientes tan grandes y feos. He estado siempre acomplejado por eso y ese comentario me pareció muy ofensivo. Sé que debería haberme controlado, pero salté encima de ella para asustarla y le dije que eran para comérmela mejor.

Seamos serios, ningún lobo puede comerse una niña. Eso todo el mundo lo sabe. Pero esa niña mal educada empezó a correr y a gritar. Yo, arrepentido, corría tras ella para calmarla, pero como la ropa de la abuela me molestaba, me la quité y eso aún fue peor, porqué la niña se asustó y aún gritó mucho más. De repente, la puerta de la casa se abrió y apareció un cazador con su escopeta. Sin preguntar qué pasaba, empezó a disparar, aunque por suerte tenía tan poca puntería que pude escapar por la ventana sin resultar herido.

Me gustaría decir que ese fue el final de la historia, pero no fue así. La abuela para que no se supiera que su nieta era una niña malcriada e insensible, no quiso decir nunca la verdad de lo que había sucedido, lo cual provocó que rápidamente se extendiera el rumor de que yo era un animal feroz, devorador de niñas, malo y en quien no se podía confiar. Todos empezaron a huir de mí, a evitarme, a hacerme mala cara.

Yo no sé que le pasaría a esa niña extraña y antipática, pero yo ahora siempre estoy solo y ya no soy feliz. ¡Soy Infeliz!

Esta es la verdadera historia del lobo feroz y la caperucita roja, ya veis, lo que puede cambiar la historia según quien la cuente…

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